El presente artículo habla de la importancia que tiene conseguir que en los centros escolares se de una buena relación entre las familias de los/as alumnos/as y el equipo educativo ya que la educación atañe a la comunidad educativa y a la familia por igual.
La educación de los niños y de las niñas no se puede concebir sin tener en cuenta su núcleo familiar, sus padres o tutores. La familia es una parte integrante y un elemento de nexo entre lo que pasa fuera o dentro de la institución escolar, así pues las puertas de la escuela deberían permanecer abiertas con tal de establecer una comunicación mutua, fluida y significativa.
La educación de los niños y de las niñas no se puede concebir sin tener en cuenta su núcleo familiar, sus padres o tutores. La familia es una parte integrante y un elemento de nexo entre lo que pasa fuera o dentro de la institución escolar, así pues las puertas de la escuela deberían permanecer abiertas con tal de establecer una comunicación mutua, fluida y significativa.
Debemos tener en cuenta que familia y escuela no pueden vivir de espaldas y actuar cada una por su lado, sino que pueden ser dos contextos diferentes con sus idearios y principios educativos propios, que no siempre van a converger en un mismo criterio de actuación ni de opinión, con lo cual los niños y niñas se encontrarán con personas y relaciones distintas que no tienen por qué ser entorpecedoras, sino por el contrario, enriquecerán su bagaje de experiencias y le harán crecer en su grado de autonomía. Las divergencias que observe le ayudarán a abrirse al mundo social, observar otras formas de entender la vida y aumentar su moral autónoma.
Esto es así, siempre y cuando exista un sentido democrático de la educación y no se convierta el ambiente escolar y familiar en dos bloques de fuerzas dispares que lo que pretenden es sobreponerse uno por encima del otro.
Para que se dé un entendimiento mutuo y la cooperación sea continua deben darse dos tipos de entendimiento entre contexto educativo y familia.
Para que se dé un entendimiento mutuo y la cooperación sea continua deben darse dos tipos de entendimiento entre contexto educativo y familia.
Por un lado un entendimiento inicial con el centro, que es el primero en desarrollarse en el tiempo y que tiene un carácter más genérico.
Y por otro lado un entendimiento personal, mucho más importante que el primero pese a darse en segundo lugar. Se establece de manera gradual y es de carácter afectivo-emocional.
Y por otro lado un entendimiento personal, mucho más importante que el primero pese a darse en segundo lugar. Se establece de manera gradual y es de carácter afectivo-emocional.
FACTORES QUE FAVORECEN UNA BUENA INTEGRACIÓN
- Madurez o competencia socio-emocional: Es indispensable para que se produzcan el entendimiento y la cooperación. Tanto las familias como el profesorado, tienen que emprender un proceso de estructuración personal que incluye conocerse mejor, aprender a comunicarse para descubrir lo que se tiene en común y lo que se puede hacer en común, construirse de mejor manera y transformarse a partir del intercambio, y ser capaces de desarrollar una actitud progresivamente más receptiva, acogedora y tolerante frente a la diferencia y frente al otro.
Una mayor competencia socio-emocional contribuirá a una mejor relación y ésta a su vez facilitará una cooperación más eficaz. Es necesario que la relación se establezca desde las personas que son y no exclusivamente desde el rol que ejercen, ni por supuesto desde la posición jerárquica que a veces adoptan las instituciones educativas. Familia y escuela deberían acercarse persona a persona y asumir un compromiso conjunto, en lugar de mirarse con recelo y preguntarse de quién es la culpa de los despropósitos. Así se podrá evitar, por ejemplo, que el profesor se alíen con el alumno contra los padres, que los padres y profesores se alíen contra el alumno, o que el alumno se aproveche de la rivalidad, la desconfianza o las ignorancias mutuas.
Un buen educador trata de establecer una relación lo más sana y beneficiosa posible con cada alumno y su familia. Pueden caerle mejor o peor, pero deber otorgarles siempre un valor y reconocimiento. Lo importante no es la simpatía o antipatía que pueda sentir, sino aprender a tratar los sentimientos que se le desvelen, de tal manera que pueda ayudar al niño/a a hacer frente constructivamente a los aspectos positivos y negativos de su vida.
Tendrá que aprender a ser depositario de sentimientos intensos y complejos de los alumnos y de los padres, sin dejarse paralizar por ellos. Esto le exige revisar sus propios deseos y temores, su visión de la vida, de las personas y de la educación, y ver hasta qué punto transfiere a la relación educativa aspectos vulnerables de su personalidad.
Los padres tienen que procurar exactamente lo mismo. Sus conflictos no resueltos pueden dificultar o impedir la relación con sus propios hijos y también con el docente.
Algunos ejemplos los tenemos en los padres que depositan en los educadores todo aquello que les supone un esfuerzo, que necesitan afianzar su autoridad oponiéndose a ellos, que viven como un ataque personal los problemas escolares de sus hijos, que poseen visiones rígidas de la educación o que idealizan la figura del profesor. Los padres también pueden tener miedo a ser criticados por defectos de disciplina o de enseñanza, todo esto puede dar como resultado unas relaciones tensas o una inhibición total de la comunicación.
- Nuevas formas más cálidas y cercanas de relación: El aprendizaje de habilidades socio-emocionales, siempre que se realice con un trasfondo afectivo y ético, capacitará a padres y profesorado para idear y cultivar nuevas formas de relación más fecundas y satisfactorias. La fórmula de integración que propongo, basada en la empatía o sintonía personal, exige un nuevo enfoque de las formas tradicionales de relación. Reuniones y entrevistas, en lugar de plantearse como informaciones sobre el curso o informes sobre el niño, deben convertirse en una ocasión para que profesores y padres establezcan contacto como seres humanos en proceso continuo de crecimiento, y no como personas acabadas que sólo pueden intercambiar información.
Sería óptimo, por ejemplo, que los profesores preguntaran a los padres aquello que les preocupa y aquello que esperan y también aquello que les gustaría que realmente conozcan de ellos porque creen que les puede ayudar y al revés. Del mismo modo, deberían dedicarse elogios y prodigarse un poco más en muestras de afecto y reconocimiento mutuo. A unos y otros mostrar su humanidad les hacer sentir menos seguros y más vulnerables. Al profesional de la educación le resulta más cómo escudarse en el rol y a los padres acusar a la escuela y a la sociedad de las cosas que van mal.
Desentenderse de aquello que nos supera siempre es más sencillo que asumir la propia responsabilidad y adoptar la actitud constante de revisión y mejora que caracteriza a la persona madura.
- Una nueva concepción de espacios y tiempos: También los espacios y tiempos deben organizarse bajo una nueva concepción. Es preciso que incluso los espacios de la escuela hablen y transmitan también esta voluntad de diálogo. Participar conjuntamente en actividades formativas, lúdicas o festivas, con un piscolabis final que facilite el acercamiento distendido, podría ser un ejemplo de ello.
- Intercambio y cooperación continuados: La educación implica por igual a la familia que a la comunidad educativa. A la familia porque es la que deja las primeras marcas sobre los esquemas innatos del niño; y a la comunidad educativa porque puede reafirmar, reconducir, ampliar, compensar e incluso modificar estas señales familiares tempranas. El papel de los padres es primordial pero el de la escuela no es menos importante, y ni unos ni otros se pueden desentender.
El educador es mucho más que un transmisor de conocimientos y la relación con las familias es un elemento clave para una comprensión más amplia del alumno. Para algunos educadores la relación con los padres –al igual que con determinados niños- es un fastidio. Representa un obstáculo o una interferencia para la tarea que creen que les es propia: enseñar. El profesor que es consciente de que su labor es acoger y educar, y para ello se acerca a las familias, no siempre podrá abarcar ni mucho menos solucionar los problemas que se derivan del hogar, pero tendrá sin duda alguna, un mayor conocimiento del niño y podrá entenderlo mejor. En cualquier caso, la importancia del maestro ante determinadas situaciones familiares nunca puede ser excusa para no acercarse a ellas, si bien tampoco puede llevarlo a convertirse en asistente social, benefactor, detective o perseguidor de las familias.
En definitiva, dos de las principales instituciones educativas y agentes de socialización: FAMILIA Y ESCUELA, necesitan de un correcto trabajo coordinado para favorecer un exitoso proceso de desarrollo del individuo que les importa, es decir, EL NIÑO.
Una mayor competencia socio-emocional contribuirá a una mejor relación y ésta a su vez facilitará una cooperación más eficaz. Es necesario que la relación se establezca desde las personas que son y no exclusivamente desde el rol que ejercen, ni por supuesto desde la posición jerárquica que a veces adoptan las instituciones educativas. Familia y escuela deberían acercarse persona a persona y asumir un compromiso conjunto, en lugar de mirarse con recelo y preguntarse de quién es la culpa de los despropósitos. Así se podrá evitar, por ejemplo, que el profesor se alíen con el alumno contra los padres, que los padres y profesores se alíen contra el alumno, o que el alumno se aproveche de la rivalidad, la desconfianza o las ignorancias mutuas.
Un buen educador trata de establecer una relación lo más sana y beneficiosa posible con cada alumno y su familia. Pueden caerle mejor o peor, pero deber otorgarles siempre un valor y reconocimiento. Lo importante no es la simpatía o antipatía que pueda sentir, sino aprender a tratar los sentimientos que se le desvelen, de tal manera que pueda ayudar al niño/a a hacer frente constructivamente a los aspectos positivos y negativos de su vida.
Tendrá que aprender a ser depositario de sentimientos intensos y complejos de los alumnos y de los padres, sin dejarse paralizar por ellos. Esto le exige revisar sus propios deseos y temores, su visión de la vida, de las personas y de la educación, y ver hasta qué punto transfiere a la relación educativa aspectos vulnerables de su personalidad.
Los padres tienen que procurar exactamente lo mismo. Sus conflictos no resueltos pueden dificultar o impedir la relación con sus propios hijos y también con el docente.
Algunos ejemplos los tenemos en los padres que depositan en los educadores todo aquello que les supone un esfuerzo, que necesitan afianzar su autoridad oponiéndose a ellos, que viven como un ataque personal los problemas escolares de sus hijos, que poseen visiones rígidas de la educación o que idealizan la figura del profesor. Los padres también pueden tener miedo a ser criticados por defectos de disciplina o de enseñanza, todo esto puede dar como resultado unas relaciones tensas o una inhibición total de la comunicación.
- Nuevas formas más cálidas y cercanas de relación: El aprendizaje de habilidades socio-emocionales, siempre que se realice con un trasfondo afectivo y ético, capacitará a padres y profesorado para idear y cultivar nuevas formas de relación más fecundas y satisfactorias. La fórmula de integración que propongo, basada en la empatía o sintonía personal, exige un nuevo enfoque de las formas tradicionales de relación. Reuniones y entrevistas, en lugar de plantearse como informaciones sobre el curso o informes sobre el niño, deben convertirse en una ocasión para que profesores y padres establezcan contacto como seres humanos en proceso continuo de crecimiento, y no como personas acabadas que sólo pueden intercambiar información.
Sería óptimo, por ejemplo, que los profesores preguntaran a los padres aquello que les preocupa y aquello que esperan y también aquello que les gustaría que realmente conozcan de ellos porque creen que les puede ayudar y al revés. Del mismo modo, deberían dedicarse elogios y prodigarse un poco más en muestras de afecto y reconocimiento mutuo. A unos y otros mostrar su humanidad les hacer sentir menos seguros y más vulnerables. Al profesional de la educación le resulta más cómo escudarse en el rol y a los padres acusar a la escuela y a la sociedad de las cosas que van mal.
Desentenderse de aquello que nos supera siempre es más sencillo que asumir la propia responsabilidad y adoptar la actitud constante de revisión y mejora que caracteriza a la persona madura.
- Una nueva concepción de espacios y tiempos: También los espacios y tiempos deben organizarse bajo una nueva concepción. Es preciso que incluso los espacios de la escuela hablen y transmitan también esta voluntad de diálogo. Participar conjuntamente en actividades formativas, lúdicas o festivas, con un piscolabis final que facilite el acercamiento distendido, podría ser un ejemplo de ello.
- Intercambio y cooperación continuados: La educación implica por igual a la familia que a la comunidad educativa. A la familia porque es la que deja las primeras marcas sobre los esquemas innatos del niño; y a la comunidad educativa porque puede reafirmar, reconducir, ampliar, compensar e incluso modificar estas señales familiares tempranas. El papel de los padres es primordial pero el de la escuela no es menos importante, y ni unos ni otros se pueden desentender.
El educador es mucho más que un transmisor de conocimientos y la relación con las familias es un elemento clave para una comprensión más amplia del alumno. Para algunos educadores la relación con los padres –al igual que con determinados niños- es un fastidio. Representa un obstáculo o una interferencia para la tarea que creen que les es propia: enseñar. El profesor que es consciente de que su labor es acoger y educar, y para ello se acerca a las familias, no siempre podrá abarcar ni mucho menos solucionar los problemas que se derivan del hogar, pero tendrá sin duda alguna, un mayor conocimiento del niño y podrá entenderlo mejor. En cualquier caso, la importancia del maestro ante determinadas situaciones familiares nunca puede ser excusa para no acercarse a ellas, si bien tampoco puede llevarlo a convertirse en asistente social, benefactor, detective o perseguidor de las familias.
En definitiva, dos de las principales instituciones educativas y agentes de socialización: FAMILIA Y ESCUELA, necesitan de un correcto trabajo coordinado para favorecer un exitoso proceso de desarrollo del individuo que les importa, es decir, EL NIÑO.
Resumen de trabajo realizado por: Mª Amparo Rosa Torres
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
AZNAR, P. Y PÉREZ, P.M. (1986). La familia y el proceso educativo. Madrid: Diagonal-Santillana.
LÓPEZ ROMÁN, J. (1986). La familia como agente educativo. Enciclopedia de la Ed. Preescolar. Madrid: Diagonal-Santillana.
VARIOS (1996). Relación cotidiana familia-escuela. Revista Infancia nº 38. Barcelona: Rosa Sensat.
PALACIOS, J. Y PANIAGUA, G. Colaboración de los padres. Madrid: Cajas Rojas de Educación Infantil, M.E.C.
VARIOS (1998). La participación de las familias. Revista Infancia nº 48. Barcelona: Rosa Sensat.
II CONGRESO NACIONAL DE ATENCIÓN A LA DIVERSIDAD, (2003) Ponencia “Cómo incluir a las familias en el contexto educativo”. Elche (Alicante).
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